sábado, 27 de agosto de 2011

LA ARGENTINA DE LA PAZ Y EL SIGLO XXI

LA ARGENTINA DE LA PAZ Y EL SIGLO XXI

Dra. Elisa Carrió

Agosto de 2002

En este nuevo siglo, la construcción de una visión estratégica de nación importa reconsiderar nuestro presente.

Los países que, sin estrategia de nación, clavados en el presente o copiando el presente de otros, heredan y toman como utopía lo agotado, lo irremediablemente en crisis, devienen dependientes. Su camino no es otro que andar ciegos a la zaga de la historia de la civilización.

Si algún acierto hubo en nuestra historia política, éste fue la idea sarmientina, que supo anticipar el siglo XX y construyó la idea de progreso, fundando la cuestión nacional en la educación.

El siglo XX se caracterizó por la razón instrumental, lo urbano, lo industrial con demanda masiva de empleo y el desarrollo del capitalismo mundial. Pero eso constituye, ya, un horizonte agotado. Si algo fracasó en la modernidad, eso fue su excluyente apego a la racionalidad instrumental y el consecuente olvido, inercia y degradación de la racionalidad moral.

La relación del hombre con el sentido de la vida propia y en comunidad no puede pasar por el consumo y el mercado. Es claro que deben existir clientes, pero es preciso que antes haya seres humanos con sentido de la vida, ciudadanos con sentido propio. Solo luego –y en parte- debe haber clientes o consumidores. El vacío de sentido que producen tales relaciones excluyentes, fundadas sólo en el mercado, impide y traba el progreso moral de las personas y de los pueblos. Dichas relaciones son abortivas de los espacios públicos abiertos donde pueden recrearse los mejores valores de los hombres y la sociedad. Y qué decir cuando ello se combina con millones de supernumerarios excluidos del trabajo, el consumo y el mercado.

El espacio público capaz de generar nuevas instituciones políticas, económicas y sociales, sólo puede provenir de una especie de revuelta de la interioridad que, repartiendo la palabra con sentido finalmente democrático, permita construir una relación sustantiva con el otro. Allí todos serán portadores de ciudadanía y derechos. La vuelta que después de muchas incertidumbres se planteará en el mundo es la vuelta a las relaciones elementales y básicas de todo ser humano. La necesidad de encontrar el sentido individual y colectiva, perceptible ya en innumerables movimientos sociales –sobre todo, en nuestro continente- vinculados a la solidaridad, estará en el centro de la cuestión. Así, la relación del hombre consigo mismo, la relación del hombre con Dios, la relación del hombre con la naturaleza, la relación del hombre con otros hombres, los vínculos intrafamiliares y las relaciones entre los distintos géneros y sus respuestas, definirán la posibilidad de la congregación, la identidad y las nuevas formas de desarrollo económico, social y político. Será vital la relación del hombre con la tierra. La visión holística del mundo indígena cobrará fuerza.

Ocurre que las relaciones del mercado y del consumo, en tanto excluyente, no tienen sentido. No tienen sentido para los que están dentro, porque la adicción no crea sentido, ni para los que están afuera, porque la privación desencadena violencia. En el empleo alienado no hay dignidad, en un cuarto hacinado no hay infancia, y en un mundo aturdido por el espectáculo público como mero simulacro no hay destino.

Entonces la relación de los componentes básicos de las relaciones interpersonales y el hacer la revolución de las pequeñas cosas, debe constituir parte inescindible de un proyecto de nación que, dando sentido a la vida individual, familiar y colectiva, sea capaz de un desarrollo armónico sostenible.

El siglo XXI volverá a restablecer temas ausentes, intentará volver a los rituales que desde la mas lejana historia fundan la integración con el otro: el diálogo, la mesa compartida, el patio, el campo, el abuelo, y tantas otras cosas. Programará la vida en comunidades pequeñas. Algunos dirán: “Está pintando un universo utópico”. No se equivoquen, éste es el sentido de vida que están empezando a practican los ricos del mundo.

El desafío, así, es construir un proyecto de desarrollo nacional y continental que posibilite la construcción de nuevas formas de relaciones sociales y económicas, donde la utopía sea una Argentina toda de ingresos medios, donde se tienda a vivir en comunidades más pequeñas, se reconstruyan los lazos intergeneracionales y se desarrollen las vocaciones. Lo peor que podría sucedernos es que, mientras los pobres que se fueron del campo a las ciudades vivieran hacinados y sin trabajo, los ricos que compraron sus campos y los explotaron en las industrias habitaran en pequeñas comunidades y a cielo abierto.

Como en Alberdi, “gobernar es poblar”, y nosotros debemos tener una política muy clara con respecto a la tierra para los argentinos: nuevas comunidades a lo largo del territorio nacional, activación de los pueblos, y una clara política en materia de pequeña y mediana empresa.

Ello no implica desatender lo urbano, sino que, por el contrario, permitirá a las ciudades desarrollarse sin presión de una inmigración constante con utopía de empleo.

Libro: HACIA UN NUEVO CONTRATO MORAL

Pág. 369

(Copiado por Berta Núñez)

LA PAZ COMO FUNDAMENTO DE UNA NUEVA DEMOCRACIA Y UNA NUEVA PROSPERIDAD.

LA PAZ COMO FUNDAMENTO DE UNA NUEVA DEMOCRACIA Y UNA NUEVA PROSPERIDAD.

Dra. Elisa Carrió

Agosto 2002

No es cosa menor construir la paz: en esto, precisamente, consiste la epopeya de un pueblo. De adentro hacia fuera. Revuelta interior para construir la paz entre todos los argentinos. Renunciar a la violencia. Admitir que no hay pueblo sin memoria y que la paz no la construyen los escépticos ni los desesperanzados.

El desánimo y el escepticismo son males interiores que nos llevan a la indiferencia y a la fuga. No basta con ser bueno: se debe testimoniar la bondad en el ámbito público. La Argentina no es de algunos, es de todos.

Para salir hay que poder entregar. Para entregar hay que poder renunciar. Para renunciar hay que tener coraje y esperanza.

El nuevo contrato moral

En esto consiste, precisamente, el nuevo contrato moral, como indispensable sustrato de una nueva democracia sustantiva, de paz y prosperidad. Es la construcción de un conjuntos de normas morales prohibitivas que fluyen de dos conceptos de valor propositivo: el amor como reconocimiento del otro y la paz como persecución de la verdad y la justicia. No porque un pueblo y sus gobernantes firmen un documento existe contrato moral. Hay internalización en las conciencias o no hay contrato. La alianza moral se inscribe y sella en la conciencia de millones y en la lucha perseverante por reinscribirla, todos los días, hasta que se constituya en práctica generalizada. Sellar el contrato implica el compromiso de su traducción en normas jurídicas institucionales. En él debe fundarse la ética de obediencia a la ley. Este contrato es previo a cualquier contrato económico y social o a cualquier contrato constitucional.

No matar, no mentir, no excluir, no humillar, no votar contra los pobres. Todas ellas son cláusulas prohibitivas de orden moral que se traducen luego, como derechos de ciudadanía, en la Carta Constitucional. Son las prohibiciones morales, fundadas en la necesidad del reconocimiento del otro, que salen del contrato moral como prohibiciones y se incorpora al contrato constitucional y social como habilitaciones, permisos o derechos. Éste es el acuerdo fundamental de una nación que define de modo central la posibilidad de la congregación y construye un futuro común. Esta especie de revolución de los mansos –quienes a partir de una revuelta interior y por medio de la no violencia deciden incluir, en un contrato escrito, aquellas cuestiones básicas de la vida privada y pública que desean garantizar- se concreta, en lo externo y público, en distintos derechos de ciudadanía, a saber:

  1. Ciudadanía de la alimentación de toda la sociedad, como derecho básico que posibilita la vida. Y, en consecuencia, soberanía alimentaria como objetivo prioritario del proyecto nacional.
  2. Ciudadanía de la infancia por ingreso y por derechos. Se incluye el ingreso mínimo ciudadano para la niñez y el respeto a los derechos constitucionales del niño, especialmente en materia penal.
  3. Ciudadanía de la tercera edad, por ingresos y por derechos. Contribución social como portadores de sabiduría, de la memoria y de la experiencia práctica en el objetivo de la transmisión de valores de generación en generación.
  4. Ciudadanía en relación con el trabajo individual, colectivo y/o comunitario. Socialmente reconocido, económicamente retribuido y constitutivo de la dignidad personal.
  5. Ciudadanía en el acceso a la educación de todas las generaciones. Educación permanente, integrada a la vida comunitaria, portadora y trasmisora de los valores de la integridad moral del sujeto. Educación para la virtud y de la interioridad.
  6. Ciudadanía en el acceso a la salud, la atención primaria y los medicamentos.
  7. Ciudadanía en el acceso a una vivienda que garantice cuartos separados, comedor común, patio y espacios libres.
  8. Ciudadanía en el acceso de la cultura. Para recrear colectivamente la memoria, la verdad y los relatos del pasado, y también como forma de expresión de todas las manifestaciones de la interioridad del sujeto.
  9. Ciudadanía que garantice la igualdad de posibilidades y trato de hombres y mujeres.
  10. Ciudadanía en el acceso a una justicia independiente e imparcial, seleccionada por mérito.
  11. Ciudadanía que garantice el acceso al diálogo común a través del derecho a saber de las sociedades. Derecho a ser informado, a no ser manipulado ni humillado por la desinformación.
  12. Ciudadanía en el acceso garantizado a todas las formas de relación con Dios en la experiencia religiosa ritual, así como a toda expresión que suponga su ausencia.

Un pueblo llega a constituirse en ciudadano sólo si se garantiza los tres contratos: el contrato moral, el contrato económico y social, y el contrato constitucional.

Libro: HACIA UN NUEVO CONTRATO MORAL

Pág. 361

(Copiado por Berta Núñez)

CONSTRUIR LA PAZ PARA REFUNDAR LA REPÚBLICA

CONSTRUIR LA PAZ PARA REFUNDAR LA REPÚBLICA

Dra. Elisa Carrió

9 de noviembre de 2002

…cuando un pueblo tiene que empezar a colocar el cimiento sobre el que edifica no es con el conocimiento técnico, sino con su fuerza moral.

…para amasar el nuevo pan de la Argentina que nace, es preciso renunciar a nuestras propias miserias para ver en el otro a otro que enriquece y no que limita.

…en consecuencia la primera parte de esta propuesta la sometemos a la discusión de todo un pueblo, porque no hay propuesta de gobierno que sea la oferta electoral de un partido, puesto que tiene que haber una propuesta discutida y consensuada con toda la sociedad. Propuesta que finalmente, de abajo, conducida en una discusión racional, llegue a ser no la propuesta de un partido, sino la propuesta de un pueblo para refundarse como Nación.

Hay que construir un contrato moral que nos permita relatarles a nuestros hijos, dentro de unos años, que por ellos y por nuestros nietos empezamos a construir un nuevo relato heroico de un país donde había República, donde el mérito era reconocido, donde la mesa estaba bien servida y donde había progreso y futuro para todos.

Pero es preciso entender que de la violencia y de la fuga no se sale con más violencia, que el gran objetivo estratégico de un nuevo contrato moral es la construcción de la paz y de la nueva prosperidad en la Argentina y en América Latina, y los militantes del ARI no pueden renunciar a esa palabra maravillosa que es la paz, que no es la resignación de los cementerios, sino la lucha cotidiana y persistente entre la conciencia moral y el testimonio público por un nuevo pueblo. Eso es paz, la verdad, la justicia y la igualdad. Ésta es la epopeya del pueblo.

…solo los países con fuertes contratos morales construyen los más poderosos caminos de desarrollo económico y de integración social.

Por consiguiente, construir la paz es tener el rigor necesario para refundar la República. Todo el mundo habla de República, pero en realidad la esencia de la República es la virtud republicana. Con saqueadores y políticos degradados y con jueces obsecuentes, no hay virtud republicana y, en consecuencia no hay República.

Construir la República y fundarla, es poner allí, donde estuvo el nepotismo, el amiguismo y el clientelismo, el único elemento que viene a ser la nafta de una República: el mérito. Hemos renunciado al mérito en este país; vale más ser amigo del juez, vale más ser amante del Presidente, que estudiar, esforzarse y rendir los concursos.

Hay que poder poner en cada uno de los lugares del Estado el concurso de antecedente y oposición,…debemos poder poner el interés de la República por encima de los negocios privados y de interés personal de los que ocupan cargos públicos. Pero no basta: es preciso tener una clara democracia participativa, donde la ciudadanía no solo reclame en movilizaciones, donde la ciudadanía tenga por ley y por constitución canales muy claros de participación ante la sanción de una ley, después de la sanción de una ley. Antes de la toma de una decisión administrativa, en la ejecución y en el control de la decisión administrativa…no hay cosa mejor que una República controlada por la ciudadanía plena.

Lo que esta sociedad desea profundamente es un lugar en el mundo que esté vinculado a un trabajo estable donde la persona pueda tener dignidad y pierda el miedo al futuro.

…nosotros tuvimos presente estos objetivos y significa empezar a crear condiciones de empleo y trabajo permanente que reduzcan el miedo al futuro.

Hoy los padres y los chicos tienen miedo de no comer, y en consecuencia en la política de distribución del ingreso está el ingreso de ciudadanía para la niñez, para todos los chicos de la Argentina, cualquiera sea su condición social.

El objetivo es que las familias, los chicos, tengan aseguradas la salud y la permanencia en la educación. Los ciudadanos, niños y niñas argentinas tienen que estudiar y jugar, y no pueden trabajar. Y los maestros deben enseñar, y las madres y los padres deben tener la mesa servida en sus casas: ésa es la paz. La paz es el orden mínimo de las cosas elementales de la vida. Esto es lo que quita el miedo, y sobre ésta base y manteniendo los subsidios y ampliando los subsidios por desempleo, vamos a generar las condiciones de trabajo y de empleo.

Pero hay que decirles a las clases medias, a las clases altas, a los industriales, a los empresarios y a los trabajadores que, para que este país sea digno, es necesario que no haya más un pobre en este país y que, en consecuencia, la opción es la lucha contra la pobreza, no para mantenerlos en la pobreza digna, sino para sacarlos de la indigencia y la pobreza. Es un compromiso nacional de generación de empleo, es un compromiso nacional de producción y distribución masiva de alimentos y es un compromiso nacional que nadie esté por debajo de los niveles de dignidad material. Y somos un país que lo puede hacer.

En segundo lugar hay que crear un programa claro de desarrollo y poblar este país. Hay que acordarse de los pueblos y de las pequeñas ciudades del interior. Los que somos del interior conocemos el sentimiento profundo de abandono cuando, en esos pueblos, se ve que los hijos se van y muchas veces no vuelven.

Es preciso, entonces, crear un programa que se base en la construcción y planificación participada de cada pueblo y de cada ciudad, que diga qué va a producir y cómo lo va a producir, y que ese fondo nacional de desarrollo local junte todos los recursos del Estado, tecnológicos y crediticios, con el Banco Nación, las universidades, y la participación social, para apuntalar el proyecto con el compromiso de ese pueblo de ir promoviendo el asentamiento de las familias que se fueron, con el propósito de que puedan volver a vivir en ese lugar, en el mundo de la revolución de las pequeñas cosas, que hacen a la vida de los pueblos y la dignidad de una Nación.

Hay que afrontar el desafío junto a los pequeños y medianos productores, para que puedan producir en escala y exportar. Siempre se escucha “es imposible”. Todo lo que tenga que ver con el ser humano parece imposible en este país. Hay que volver por sus fueros; este país creció en base a ese impulso.

Por nuestra historia y nuestra dignidad tenemos que poder construir un nuevo contrato moral que dé nacimiento a la República.

Libro: HACIA UN NUEVO CONTRATO MORAL

Pág. 338

(Resumen realizado por Berta Núñez)